En 2001 ingresé a la carrera de filosofía de la Universidad de Buenos Aires. Nunca estuve seguro de que fuera la carrera correcta y, apenas pude, orienté mi perfil de un modo interdisciplinario. La forma en que el conocimiento científico se entremezcla con otros conocimientos y capacidades para generar impactos positivos (y negativos) siempre estuvo en el centro de mis intereses y preocupaciones.
Hice el doctorado en la Universidad Nacional de Quilmes, donde ya existía una tradición en estos temas. Con la dirección de Fernando Tula Molina y Judith Naidorf, reconstruí la política científica institucional en la Universidad de Buenos Aires en la década de 1980, y analicé cómo las tradiciones institucionales, la vida política nacional y los cambiantes marcos conceptuales dieron forma a criterios, sistemas e instrumentos.
Luego, en 2015 y 2016, hice mi posdoctorado en el Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM en la Ciudad de México, bajo la asesoría de Rosalba Casas. Allí me comencé a interesar por la evaluación de la investigadores y cómo esta repercute en la capacidad de la ciencia de contribuir a objetivos sociales.
A mi retorno a Argentina, me incorporé como investigador a CONICET en el equipo de Judith Naidorf y como profesor ordinario en la Universidad Tecnológica Nacional. Durante un corto periodo, fui también coordinador académico de la Maestría en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología de la UBA.
En 2018 obtuve el Premio Marcel Roche de ESOCITE al mejor artículo publicado por un investigador joven. También fui parte por tres años del Sistema Nacional de Investigadores de México (nivel I) y, si la pandemia lo permite, en 2021 viajaré a Arizona State University para realizar una estadía en el marco del programa Fulbright-CONICET.
Además de la investigación, he dado cursos de grado y posgrado en contextos interdisciplinarios, y asesorado a instituciones en los temas de mi especialidad.
También me gusta salir a correr, jugar con mi hija y experimentar con la jardinería urbana.